jueves, 17 de abril de 2014

Buen viaje, Cheo

Harold Escalona
Todas las leyendas de la salsa suelen experimentar un destino común: ser lloradas como propias en varios países de América Latina, no importa el lugar en el que hayan nacido o dónde fue que llegaron a ser famosas. Este fenómeno acaba de ocurrir hoy otra vez con la muerte imprevista del gran sonero boricua Cheo Feliciano, a causa de su contumaz aversión a usar el cinturón de seguridad, y a un poste que estaba mal atravesado.
Demás está decir que él no se merecía un final así. Este tipo de muertes suele maridar mejor con rock stars postadolescentes, no con un casi octogenario crooner latino cuya vida había sido una constante historia de superación personal. Desde sus inicios como percusionista y vallet boy en los circuitos musicales nuyoricans, pasando por su caída en las llamas de la adicción y su renacer de esas cenizas - como el ave Fénix- hasta el cáncer que lograba superar el año pasado, Cheo nunca dejó de luchar para salir airoso de esos bretes en los que te mete la vida. A sus 78 años estaba semi activo y tenía pautado cantar este fin de semana con los Salsa Giants y Oscar D'León en Acapulco, México. Allá lo estaban esperando.
Nacido el 3 de julio de 1935, José Luis Feliciano Vega era natural de Ponce, Puerto Rico, donde se crió y pasó parte de su adolescencia. Fue allí donde aprendió las primeras lecciones sobre percusión, música y vida. Fue allí donde obtuvo esa bacteria que produce la enfermedad musical, dolencia de la que no sanas jamás. Apenas había cumplido los 17 cuando tuvo que mudarse con su familia a Nueva York. En esa dura ciudad logró adentrarse en los círculos musicales hispanos, ofreciendo sus servicios de vallet boy para varias orquestas. Era, pensó en ese momento, una buena forma de darse a conocer, de hacer contactos con las bandas que dominaban la escena durante la esplendorosa era del mambo. En 1955 fue contratado para trabajar como ayudante de la orquesta de Tito Rodríguez, quien lo bautizó como cantante en 1956 (aquí pueden leer la historia) y, un año más tarde, se lo encomendó a Joe Cuba, que estaba buscando un vocalista para reemplazar la salida de Willie Torres.
La unión con Cuba duró casi diez y trajo al mundo un buen tajo de las mejores grabaciones de música latina de los 60. La combinación del sonido breve del sexteto con la voz de barítono de Cheo será recordada siempre como uno de los momentos cumbres de la expresión sonora latinoamericana. La fama, sin embargo, terminó cobrándole caro a nuestro cantante, que comenzó a hacerse adicto a la heroína y otros caramelos envenenados. Los desórdenes vitales que siguieron a continuación terminaron deshaciendo la estrecha relación profesional que tenía con Joe Cuba.
Luego de la ruptura con el sexteto en 1966, Cheo pasó a ser solista sin orquesta, cantando ocasionalmente para Eddie Palmieri durante año y medio, pero también para las orquestas de Machito y de Tito Puente. Hasta que llegó al punto más oscuro de su adicción, en un viaje a Puerto Rico, y acabó vagando por las calles de San Juan.
En la navidad de 1969, por recomendación de algunos amigos, entró en los Hogares Crea y comenzó un proceso de desintoxicación de tres años que lo mantuvo alejado de esas sustancias por el resto de su vida. Fue en ese tiempo cuando Fania Records le ofreció un contrato y le grabó su primer disco como solista. A su regreso a los escenarios, en 1973, desarrolló una potente carrera musical, con varios aciertos y algunos desencantos, que fue perdiendo brillo a medida que la moda salsera caía en barrena, a comienzos de los años 80, para dar paso al empuje del merengue dominicano. La voz de Cheo Feliciano pasó a un discreto segundo plano por casi una década, lanzando pocos discos con desigual repercusión. En ese tiempo montó su propia disquera, Coche Records, aunque al final el proyecto resultó económicamente inviable.
Fue a comienzos de los 90 cuando la nostalgia por el sonido de la salsa brava neoyorquina, en contraposición con la superficial salsa monga, hizo que su nombre volviese a sonar en las emisoras de radios, en conciertos en solitario o en reuniones con otros músicos. Su experiencia musical y su extraordinaria capacidad interpretativa fueron labrando poco a poco esa leyenda truncada violentamente esta madrugada en San Juan.
Su última grabación publicada fue Ebay Say Ajá, con su amigo del alma y discípulo Rubén Blades, y sonaba ahora mismo bastante duro en las emisoras caribeñas, para gusto y regusto de Cheo, que estaba muy contento de volver a acariciar el reconocimiento. Hay también por ahí muchos videos de su participación en las reuniones de los integrantes de la Fania All Stars.
Cheo fue uno de los pocos soneros capaces de superar fácilmente las exigencias del fraseo amoroso de un bolero y, a la vez, controlar con destreza la acuciante improvisación del montuno salsero. Su cancionero es espléndido y su voz se mantuvo recia durante décadas, pues solo acusó pérdidas después de someterse a los rigores de una terapia anticancerosa. Su versión de El ratón en el Yankee Stadium de Nueva York, en 1973, es considerada uno de los hitos de la música afrolatina. Pero hay también otras decenas de canciones impresas en el inconsciente sonoro de esta parte del planeta que hoy volverán a sonar sin parar. No hay más que darse una vuelta por Twitter o Facebook para comprobarlo.
En la queja aguerrida de Anacaona, el canto sabroso de A las 6, la potencia rítmica de El pito, la desazón de Mi triste problema, el formidable soneo de Busca lo tuyo, el aplauso al alma festiva del Caribe de Canta, en sus últimas grabaciones con Rubén o en ese saludo fraterno a los primeros seguidores de esta música, la gente humilde de nuestros países, grabado en Los entierros, todos hemos tenido la buena ventura de reconocernos en la voz de Cheo Feliciano, de sentirlo como uno de los nuestros.
Ahora nos toca lamentar su muerte y cantarla, aunque nos joda un poco el alma hacerlo.

Buen viaje, Cheo.

El Ratón, 1973


5 comentarios :

  1. Extraordinaria Juan Ignacio tu reseña. No se puede decir mas. Adios al sonero, al hombre, al músico, a la leyenda.

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  2. Hola Juan Antonio. Que vaina con Cheo. Me enseñó a amar la salsa siendo yo un impenitente roquero

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  3. Buen homenaje el que le haces al Cheo. Pienso lo mismo respecto a la muerte. Choca que ese gigante de la música haya muerto de esta forma tan pendeja. El man debió morir de viejo, con dignidad, como lo merecía.

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  4. Este año ha sido nefasto para este estilo musical. Primero muere Tony Pabon, un tipo muy underrated en el mundillo de la salsa; luego Joey Pastrana; luego Cheo, y ahora el maestro Juan Carlos Formell (de los Van Van) a quien la Fania le plagió varios temas sin los créditos correspondientes.

    Saludos de Lima-Perú
    Víctor Paredes C.

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  5. Excelente reseña sobre el gran Cheo Feliciano. Quién iba a pensar que fuera a morir de esa manera en un accidente de tránsito, pero así es la vida, así de irónica (como dice Luis Enrique). Que en paz descanse.

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