Siempre me ha llamado la atención la precocidad que mostraron muchos músicos nuyoricans durante los años 40, 50 y 60. Pongo dos ejemplos para no aburrirles la lectura: Eddie Palmieri montó su banda seminal con apenas 14 años y Willie Colón grabó su primer disco recién cumplidos los 16. Cuando Johnny Colón entró por primera vez en los estudios de grabación Mirasound de Manhattan era un poco mayor que estos dos -tenía 23 años-, pero había fundado su orquesta a los 15. En 1965, Pocas semanas antes de enfrentarse a los micrófonos y al ingeniero de grabación, había tenido una audición con el legendario George Goldner, el mismo que había perdido en el póker su cuota accionaria de la legendaria Tico Records y recién había fundado Cotique (que tico, al revés). Aún no tenía muy clara la orientación que le quería dar al sello disquero y, de hecho, cuando escuchó a Colón en esa primera cita no mostró demasiado interés por la propuesta del pianista, pues estaba buscando algo más parecido al sonido de la orquesta Aragón.
Johnny, que por lo visto tiene un carácter afable pero firme, se puso serio y le respondió: mire, lo que está pasando ahora es esto. Estamos tocando en el Colgate Gardens los fines de semana. Si quiere pase por allá. Y Goldner fue, vio y alucinó en technicolor cuando comprobó que el sitio estaba packed como una can de sardinas.
Le ofreció contrato de inmediato y le dijo: al estudio de grabación right away.
Le ofreció contrato de inmediato y le dijo: al estudio de grabación right away.
El resultado fue uno de los discos más vendidos de la música latina y el primero de los muchos encontronazos que tuvo Johnny Colón con ese mundillo lamentable de las disqueras neoyorquinas, famosas por esos capitostes con actitudes de mafioso. Goldner, aunque se le reconoce como uno de verdaderos modernizadores de la industria discográfica en Estados Unidos -además de haber sido persona inteligente y sensible, porque escuchaba y respetaba el criterio de los músicos que contrataba-, también hizo de las suyas como no pagar regalías y ofrecer contratos leoninos a músicos inexpertos... aunque su carácter más afable y su profundo amor por la música lo mantuvieron alejado de ese departamento de pillos con el que coqueteó siempre Jerry Masucci y fue decano el mafioso Morris Levy. Sí, el mismo que ofreció un chapuzón en el East River al cantante Bobby Cruz.
Johnny Colón, de perfil |
En octubre de 1965 reunió a sus muchachos: Robert Lemus y Angelo Rodríguez en los trombones, Walter Oyola en el contrabajo, Joe Venero en las congas, Hermán Martínez en los timbales, Louie Mangual en los bongós y la campana, Freddy Rivera en la percusión y el güiro, el no muy conocido Tito Ramos como cantante (que grabó varios discos de salsa y latin soul antes de meterse a sacerdote religioso), más Milton Cardona, Tony Rojas y el mismo Johnny en los coros, y los metió a todos en el estudio de grabación para tocar un largo disco: Boogaloo Blues, con canciones propias y otras tomadas del cancionero cubano. Un álbum muy equilibrado, mucho más salsero que boogaboolero, que logró vender (lo dice él cada vez que puede y lo repiten obviamente en Fania Records) más de tres millones de copias a nivel mundial.
A ver. Yo esta cifra no me la creo, porque triplica el Bang Bang de Joe Cuba y casi supera al Siembra de Colón/Blades. Pero es bastante posible que haya superado las medio millón de copias, cifra ya de por sí increíble dado el contexto en el que se hizo.
El LP, con un sonido sólidamente neoyorquino, comienza con Boogaloo Blues -vacílensela en este link de un concierto de agosto pasado en Central Park-, un largo tema con ritmo de blues por recomendación de Goldner, que convenció a Johnny de no incluir una sección de mambo en mitad del arreglo. Una prueba fehaciente de lo bien que marida un güiro con ese delicioso tumbao negro de New Orleans, porque esta gente al final viene del mismo sitio y comparte raíces similares. El tema es pegajoso, delicioso, con diversos coros y un tono casi gospel, casi rocanrolero, en la descarga vocal del mismo Johnny, en mitad de un montuno casi eterno y unos trombones que planean con total ligereza por encima del bosque de palmas y el coro, que dice one, two, three, I feel so free.
Pero ese downtempo no iba a durar mucho. Jumpy es el siguiente tema, un mambo con aires modernos capaz de mover las piernas del bailador más achantado. Allí Lemus aprieta ese trombón, Colón hace lo propio con las teclas y sube la moña con una conversación entre él y los otros dos metales gracias a un arreglo muy maduro para los 23 añitos de la criatura. Con Mira ven acá el álbum cae de nuevo en los predios del boogaloo, con una letra que hace alusión directa al sujeto más importante de la orquesta: el bailador
La Descarga, como bien lo dice el título, es una jam session sin arreglo, espontánea, que empieza con un guaseo entre los músicos -a la manera de las sesiones de la Alegre All Stars- y muestra sin complejos los lógicos defectos de algo que se va construyendo sobre la marcha: la clave se pierde momentáneamente en dos ocasiones, el solo de Mangual no suena lo bien que debería, los coros no siempre van sincronizados, Tito se lanza dos pelones durante el soneo y hasta Johnny toca una tecla disonante... en fin: libertad en estado puro.
A continuación está un clásico de toda la vida, Guantanamera, con un arreglo que mezcla boogaloo y guajira y Ramos resbalándose en los predios del pop al momento de interpretarla, todo el tiempo en español, eso sí. En mitad del montuno aparecen los edificios sonoros de los trombones acompañando el coro y dándole un cariz lento a la cadencia. Interesante.
El LP, con un sonido sólidamente neoyorquino, comienza con Boogaloo Blues -vacílensela en este link de un concierto de agosto pasado en Central Park-, un largo tema con ritmo de blues por recomendación de Goldner, que convenció a Johnny de no incluir una sección de mambo en mitad del arreglo. Una prueba fehaciente de lo bien que marida un güiro con ese delicioso tumbao negro de New Orleans, porque esta gente al final viene del mismo sitio y comparte raíces similares. El tema es pegajoso, delicioso, con diversos coros y un tono casi gospel, casi rocanrolero, en la descarga vocal del mismo Johnny, en mitad de un montuno casi eterno y unos trombones que planean con total ligereza por encima del bosque de palmas y el coro, que dice one, two, three, I feel so free.
Pero ese downtempo no iba a durar mucho. Jumpy es el siguiente tema, un mambo con aires modernos capaz de mover las piernas del bailador más achantado. Allí Lemus aprieta ese trombón, Colón hace lo propio con las teclas y sube la moña con una conversación entre él y los otros dos metales gracias a un arreglo muy maduro para los 23 añitos de la criatura. Con Mira ven acá el álbum cae de nuevo en los predios del boogaloo, con una letra que hace alusión directa al sujeto más importante de la orquesta: el bailador
Mira, ven acá
Si quieres bailar boogaloo
mulata
mira ven acá
si quieres gozar de verdad
mi cielo
Mulata que bota candela
ven y baila el boogaloo
Si aguzan el oído, en el canal izquierdo escucharán a Johnny hacer su parte del coro y posteriormente soltar otro solo lento y sincopado.
A continuación está un clásico de toda la vida, Guantanamera, con un arreglo que mezcla boogaloo y guajira y Ramos resbalándose en los predios del pop al momento de interpretarla, todo el tiempo en español, eso sí. En mitad del montuno aparecen los edificios sonoros de los trombones acompañando el coro y dándole un cariz lento a la cadencia. Interesante.
Un bomba con aroma a calipso, Mi querida bomba, resulta ser el manantial de donde bebió Willie Colón para componer su Che che colé tres años después. Y uno creyendo que Willie había inventado esa sonoridad...
Sigue Judy, Part. 2, un bolero con toques de doo-wop cantado en inglés, esa canción lenta tan necesaria en cualquier concierto. Y cierra Canallón, otro mambo cubano con coros festivos.
Fin de la historia.
El disco fue publicado por Cotique en marzo de 1966 y, desde el primer momento, George Goldner sacudió cielo y tierra para tratar de moverlo por Nueva York. Muchos distribuidores, a los que el mismo George había hecho surgir años atrás, se negaron de antemano: ninguno quería arriesgarse en el compromiso de negociar con un álbum que tuviese esa sonoridad. Goldner decidió mover otra baza: habló con el discjockey Symphony Sid y le pidió que le reservara los últimos 7 minutos de su programa radial -emitido por una emisora dirigida al público anglo, ojo- para programar allí Boogaloo Blues. La gente quedó encantada con la sonoridad y el éxito fue súbito. La noticia se regó a otras emisoras y las ventas de LPs crecieron exponencialmente; se los quitaban de las manos. Johnny Colón se vio envuelto en una merecida fama que lo ha mantenido desde entonces en un sitial importante dentro del circuito musical latino en Nueva York... aunque jamás llegó a ver un centavo por las regalías de estas grabaciones: el contrato con Contique -el mismo sello que compró años después Jerry Masucci- avisaba que lo recaudado por los derechos de autor pertenecería íntegramente a la casa disquera y no al compositor.
Ay, esa letra pequeña.
Así que ya saben lo que tienen que hacer. No comprarlo. Por culpa de esas prácticas tan hermosas, de esa mafia de las discográficas, Johnny Colón grabó solamente seis discos más para Cotique y luego estuvo en sequía durante más de 20 años, hasta que en 2008 sacó un álbum que está imbuido totalmente en el jazz.
Desencantado, prefirió mantener su orquesta tocando en recitales y bailes, al margen de la industria.
De lo que nos perdimos...
Otro asunto. Al haber sido escrito en su etapa más rabiosa como salsómano, César Miguel Rondón despachó en el Libro de la Salsa el trabajo de Johnny Colón con un par de reseñas míseras y poca conmiseración. Si carecían de cierto pedigrí de pureza latina las grabaciones no solían ser consideradas importantes; y estas no lo fueron. Creo que se equivocó en su apreciación: el boogaloo fue una moda, estamos de acuerdo, pero la salsa también lo fue. Además, el boogaloo permitió a una generación de latinos nacidos o criados en la ciudad -esa misma generación que aupó después el fenómeno de la salsa brava- un vehículo de expresión que facilitó la búsqueda de sus raíces. Porque, sí, es cierto, ellos eran latinos del gueto, nuyoricans en su mayoría, pero también nacieron al lado de blancos y negros que se movían en inglés, y ese inglés les fue tan propio como el español de sus padres. Por otro lado, ¿no se dio cuenta Rondón de que la mitad del disco es tan latina como un álbum de la época de Charlie Palmieri, por citar un ejemplo? Además, han pasado 45 años y el sonido sigue teniendo su aquel.
Sigue Judy, Part. 2, un bolero con toques de doo-wop cantado en inglés, esa canción lenta tan necesaria en cualquier concierto. Y cierra Canallón, otro mambo cubano con coros festivos.
Fin de la historia.
El disco fue publicado por Cotique en marzo de 1966 y, desde el primer momento, George Goldner sacudió cielo y tierra para tratar de moverlo por Nueva York. Muchos distribuidores, a los que el mismo George había hecho surgir años atrás, se negaron de antemano: ninguno quería arriesgarse en el compromiso de negociar con un álbum que tuviese esa sonoridad. Goldner decidió mover otra baza: habló con el discjockey Symphony Sid y le pidió que le reservara los últimos 7 minutos de su programa radial -emitido por una emisora dirigida al público anglo, ojo- para programar allí Boogaloo Blues. La gente quedó encantada con la sonoridad y el éxito fue súbito. La noticia se regó a otras emisoras y las ventas de LPs crecieron exponencialmente; se los quitaban de las manos. Johnny Colón se vio envuelto en una merecida fama que lo ha mantenido desde entonces en un sitial importante dentro del circuito musical latino en Nueva York... aunque jamás llegó a ver un centavo por las regalías de estas grabaciones: el contrato con Contique -el mismo sello que compró años después Jerry Masucci- avisaba que lo recaudado por los derechos de autor pertenecería íntegramente a la casa disquera y no al compositor.
Ay, esa letra pequeña.
Así que ya saben lo que tienen que hacer. No comprarlo. Por culpa de esas prácticas tan hermosas, de esa mafia de las discográficas, Johnny Colón grabó solamente seis discos más para Cotique y luego estuvo en sequía durante más de 20 años, hasta que en 2008 sacó un álbum que está imbuido totalmente en el jazz.
Desencantado, prefirió mantener su orquesta tocando en recitales y bailes, al margen de la industria.
De lo que nos perdimos...
Otro asunto. Al haber sido escrito en su etapa más rabiosa como salsómano, César Miguel Rondón despachó en el Libro de la Salsa el trabajo de Johnny Colón con un par de reseñas míseras y poca conmiseración. Si carecían de cierto pedigrí de pureza latina las grabaciones no solían ser consideradas importantes; y estas no lo fueron. Creo que se equivocó en su apreciación: el boogaloo fue una moda, estamos de acuerdo, pero la salsa también lo fue. Además, el boogaloo permitió a una generación de latinos nacidos o criados en la ciudad -esa misma generación que aupó después el fenómeno de la salsa brava- un vehículo de expresión que facilitó la búsqueda de sus raíces. Porque, sí, es cierto, ellos eran latinos del gueto, nuyoricans en su mayoría, pero también nacieron al lado de blancos y negros que se movían en inglés, y ese inglés les fue tan propio como el español de sus padres. Por otro lado, ¿no se dio cuenta Rondón de que la mitad del disco es tan latina como un álbum de la época de Charlie Palmieri, por citar un ejemplo? Además, han pasado 45 años y el sonido sigue teniendo su aquel.
Un post sabrosísimo, para vacilarse un discazo con la guía del mejor experto.
ResponderBorrara bajarse este discazo, para hacerle caso a juan y no abultar mas los bolsillos de stos mafiosos, no lo compren,a bajarlo de internet gratis...yo me lo baje hace rato luego de otro post de Juan sobre boogaloo...
ResponderBorrarSi conoces el link, dámelo. winstonla32@gmail.com, Saludos.
BorrarMis conocimientos sobre géneros musicales recibieron un upgrade con esta nueva edición de tu blog, Juancho. Chas gracias. --Gisela
ResponderBorrarBuenísimo el artículo estimado Juan Ignacio. Un abrazo.
ResponderBorrarSe parecen a los artistas de ahora (especialmente los reguetoneros )que hacen una leña de disco y vende millones de copias y les pagan un monton de dinero por concepto de regalías y viven mejor que un rey. Pero eso no es nada, estos buenas gentes (masucci, levy, etc.) tienen que estar rindiendo cuentas en el mismísimo infierno. Saludos.
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